Levantate y Reconstruye
El llamado ha sonado: ¡Levántate y reconstruye! Desde la costa oeste hasta la costa este hemos llevado un mensaje de restauración y orden divino. Nuestro propósito es despertar, organizar y fortalecer al pueblo de Dios para cumplir la gran comisión y proclamar el último mensaje de misericordia antes del regreso de Cristo.
Vivimos tiempos de ruina espiritual y confusión. Los muros de la fe están derribados, las puertas del entendimiento han sido quemadas, y muchos han perdido el rumbo. Pero como en los días de Nehemías, Dios levanta hombres y mujeres que escuchan Su voz y responden:
“Levántate y edifica” (Nehemías 2:18).
No basta con lamentar la desolación: es tiempo de actuar, de orar, de organizar, y de restaurar el orden santo en la casa de Dios.
Nuestro viaje no es turístico: es profético. En cada ciudad a la que lleguemos, iremos con la Biblia en una mano y el corazón dispuesto en la otra. Visitaremos hogares, fortaleceremos grupos, y ayudaremos a organizar el pueblo de Dios para que cada congregación sea un centro de luz en su comunidad.
“Y edificarán los lugares antiguos asolados… y serán llamados reparadores de portillos” (Isaías 58:12).
No se trata solo de levantar muros externos, sino de reconstruir el carácter de Cristo en cada alma. Antes que se restaure la iglesia visible, debe restaurarse el templo interior, donde mora el Espíritu de Cristo. La reforma comienza con la consagración personal, la oración ferviente, y el arrepentimiento genuino.
El enemigo teme a un pueblo unido y organizado. Nehemías no reconstruyó solo; cada familia trabajó junto a su parte del muro. Así también hoy, cada hermano tiene un lugar en la obra: unos oran, otros predican, otros sostienen la causa con sus manos y recursos. “Dios no es Dios de confusión, sino de paz” (1 Corintios 14:33).
La verdadera organización no es control humano, sino orden divino, donde cada parte del cuerpo de Cristo cumple su función bajo la dirección del Espíritu.Cuando Nehemías vio los muros caídos, no se desanimó. Vio más allá de las ruinas: vio la restauración. Así también hoy, aunque veamos confusión en las iglesias, apostasía y desánimo, el Señor todavía tiene un pueblo fiel.
Es tiempo de levantarse y reconstruir, porque el Rey viene pronto, y Su templo —Su pueblo— debe estar listo.
Desde la costa oeste hasta la costa este de Estados Unidos, hemos recorrido ciudades, valles y montañas llevando no un mensaje humano, sino el llamado del cielo. Hemos levantado la voz para animar, educar y restaurar al pueblo de Dios, recordando que la verdadera organización no es estructura humana, sino el cuerpo vivo de Cristo preparándose para proclamar el último mensaje de misericordia al mundo.
Como en los días de Nehemías, cuando cada piedra fue colocada con oración y espada en mano, así también hoy reconstruimos los muros espirituales de Sión. Porque el tiempo ha llegado: el pueblo debe estar unido, la iglesia debe estar en orden, y el mensaje final debe resonar con poder por toda la tierra.
“Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti” (Isaías 60:1).
Desde la costa oeste hasta la costa este, hemos marchado con propósito divino — no buscando fama ni reconocimiento, sino almas. Hemos recorrido ciudades, atravesado tormentas, y hablado frente a multitudes y a pequeños grupos, tanto Adventistas del Septimo dia como otros cristianos hermanos nuestros, siempre con un mismo clamor: ¡Es tiempo de organizar la iglesia de Dios para la última proclamación!
No fuimos enviados a entretener, sino a despertar; no a construir templos de piedra, sino corazones de fe donde Cristo pueda morar. Cada conferencia ha sido una piedra más en el muro espiritual que el enemigo trató de derribar. Hemos visto lágrimas, conversiones, reconciliaciones; porque cuando el Espíritu de Cristo toca un alma, se enciende la llama de la reforma.
Dios siempre ha trabajado con orden. El arca, el santuario, el sacerdocio, los levitas — todo fue establecido con precisión divina. Así también hoy, la iglesia debe reflejar ese orden celestial, no en burocracia, sino en unidad y propósito.
“Porque Dios no es Dios de confusión, sino de paz” (1 Corintios 14:33).
Organizar la iglesia es restaurar el orden perdido del Edén, donde cada miembro cumple su función bajo la autoridad del Espíritu. Es levantar atalayas fieles, obreros que no teman denunciar el pecado ni proclamar la verdad presente. Es preparar un pueblo listo, firme, disciplinado, santo, que pueda permanecer en pie cuando los cielos se oscurezcan.
Como Nehemías ante Jerusalén desolada, miramos a la iglesia y lloramos. Los muros están heridos, las puertas quemadas, muchos ministerios confundidos y dispersos. Pero no lloramos sin esperanza. Porque el mismo Dios que inspiró a Nehemías, hoy nos dice:
“Edificad la casa, y pondré en ella mi voluntad” (Hageo 1:8).
No basta con tener conocimiento; el conocimiento sin acción es ceniza. La verdadera fe construye, sirve, y restaura. Por eso salimos a las calles, a los hogares, a los campos, no solo a predicar, sino a alimentar al hambriento, vestir al necesitado, orar por los quebrantados.
“La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones” (Santiago 1:27).
Estamos en el umbral del cierre de la gracia. Las naciones se agitan, los reinos tiemblan, y las profecías se cumplen con precisión divina. Pero antes de que venga el fin, el mensaje debe sonar con poder:
“Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado” (Apocalipsis 14:7).
Y para que ese mensaje llegue con poder, el pueblo debe estar organizado, limpio y unido en la verdad. La organización no es control humano, es la columna vertebral del cuerpo de Cristo. Es el ejército del Altísimo alistándose para la última batalla, donde cada creyente se convierte en una antorcha en medio de la oscuridad.
El tiempo ha llegado, y el llamado es claro: Levántate y reconstruye. No mires los escombros del pasado, mira la promesa del futuro. Donde otros ven ruina, Dios ve restauración. Donde hay confusión, Él levanta orden. Donde hay división, Él siembra unidad.
Porque esta obra no es de hombres, sino del Espíritu de Cristo, que aún camina entre los candeleros, restaurando la fe antigua, llamando a los fieles a tomar su puesto en el muro.
“Los edificadores cada uno tenía su espada ceñida a sus lomos, y así edificaban” (Nehemías 4:18).
Así también nosotros —con la Espada del Espíritu en la mano y el corazón lleno de fe— avanzamos ciudad tras ciudad, reconstruyendo no solo muros, sino vidas, levantando no solo congregaciones, sino caracteres que reflejen la gloria del Cordero.
Jeser Alejo